Corría por un camino repleto de obstáculos propios del descuido de mi sociedad, una serie de agujeros sin rellenar, reflejo de mi pequeño mundo decadente de sentido común, con valores de ética a medio germinar, expuestos al sol bajo la lupa manejada por un niño conformista y caprichoso, deseoso de poder. Así mi camino durante la oscuridad se torno en una carrera de dolor, el suelo y sus docenas de hematomas me impedían alcanzar mi velocidad máxima, la deseosa marca en kilómetros por hora mas cercana a la muerte. Mi mediocre carrera al final de todo.
Hiendo de norte a sur, de este a oeste, por el mismo camino rotatorio de mi pequeño mundo, mirando a lo lejos los bastardos atardeceres que ríen de mi paso tan veloz como tortuga dormida. Estoy a punto de tropezar, pero no caigo, solo me detengo en el tiempo, veo colillas de cigarrillos a medio fumar, chicles con pedazos de comida dentro de ellos, monedas sin valor esperando un alma que las recoja por su bello color plata. Y ahí estoy yo, suspendido entre el cielo negro que susurra mi nombre entre las hojas de los arboles y un suelo duro, frió y sin vida que reclama mi alma por ser iguales.
No se que esta pasando, sangro de cada una de mis extremidades, el dolor aumenta gradualmente como una buena canción en viernes, poco a poco se debe subir el volumen, y en el clímax reventar las bocinas, manchar la habitación de mi sangre, sonreír y saber que todo estará bien, se puede repetir la misma canción. La sangre flota, forma un circulo a mi al rededor impregnando el aire con un olor a metal y vino tinto, por alguna razón pienso en una copa de cristal sumamente fino, repleta de mi sangre, dispuesta a emborrachar mi ser, creo que podría tocar el suelo solo si estoy un poco ebrio de mi, o volar al cielo si estoy sobrio de mi, la tentación podría matarme.
Supongo que es a esto a lo que llaman adicción, o tal vez es lo que denominan como amor propio.